El Madrid salió vivo de Vallecas. Rayo, lluvia y barrio se unieron para preparar una emboscada al blanco que casi acaba con las aspiraciones madridistas a la Liga. Pero el día que todas las miradas estaban puestas en Bale, Bale ganó el partido. Con la inestimable ayuda de los de la franja roja, sin dedos en los pies de tanto tiro que se han pegado esta temporada. Normalmente cuando todas las miradas están en una persona, lo que realmente esperan los observadores es que se la pegue. Que se tropiece en las escaleras, que se trabe en el discurso o que pierda los pantalones al posar en la foto. Pero Bale fue impecable en su exposición.
Cuando trincan a un corrupto, lo normal es que a las pocas semanas el juzgado se llene de visitas obligadas de los que eran sus compañeros de fechorías. Cuando en una clase de un colegio de un barrio (uno de verdad) el profesor busca al culpable de alguna gamberrada, hay silencio. Son los códigos del barrio, el honor, eso que no se aprende creciendo entre corbatas y sí jugando en descampados y parques. Y una de las máximas es que el barrio nunca olvida.
Por eso el Rayo le tenía tantas ganas al Madrid como para ir 2-0 en el minuto 15. Por eso el chaparrón que caía del cielo no era el único que empapaba a los de Zidane. Embarba aprovechó el baile desacompasado de la zaga madridista, que le dejó solo en la frontal del área pequeña, para empujar a la red un pase de Bebé, que venía de dejar por el camino a Danilo y Pepe. Y al poco, Miku vio botar un balón huérfano de bota tras un córner y fusiló a Keylor. 2-0, un cuarto de hora de raza del Rayo, una siesta fatal para el Madrid.
Y si Embarba llega a controlar bien y se planta delante de Keylor... Según le llegaba el balón, un Modric incómodo en el banquillo se echaba las manos a la cabeza. Pero controló mal, el 3-0 no llegó y el Madrid abrió un ojo, se recolocó el protector bucal y se puso en pie en la lona. Una de esas leyes que nadie escribe del fútbol porque una semana se cumplen y la siguiente no retumbó en la mente de los jugadores del Madrid. "Hay que hacer el 2-1 antes del descanso".
Bale, que ya había soltado el drive contra el palo al poco de comenzar, se elevó en un córner como si le ayudase un andamio, impactó con la frente en el balón y giró el cuello en busca de la diagonal cruzada al palo contrario, abajo, donde hace daño, al fondo de la red de Juan Carlos. El galés proyectó la remontada y acabaría por cincelar su cúpula.
En estas estaba Trashorras sobre el césped. Jugando. A su ritmo. Nadie lo hace como él. Durante la primera media hora le dio un clínic al joven Kovacic de los que hacen daño y crean escuela. Si pueden, además de por el ambiente único y los precios populares (a veces), compren una entrada para ver a Trashorras en Vallecas un día. Juegan 22, pero fíjense en uno, el 10 franjirrojo. Habrá merecido la pena la tarde.
Tras el descanso salió el sol y salió el Madrid. Zidane, despojado del chubasquero tras el 2-0 en un gesto de rabia que podría hacer creer que iba a saltar él al campo, dio una única instrucción. "Remontad esto como sea". El Rayo jugó a ahorrar el 2-1 de la hucha y no sabe. Dejó de tener el balón, que es lo que tiene memorizado, el partido se convirtió en un balancín y ahí pesa más el Madrid. En una arrancada de Danilo acabó empatando Lucas Vázquez con un cabezazo de especialista a la escuadra. Es lo que tiene estar inspirado.
El ludismo del Rayo es digno de estudio. No es premeditado ni a propósito, pero se cargan su propia maquinaria semana tras semana. Esta vez fue Embarba, uno de los mejores del partido, quese lió en las ganas de Paco de no pegar un pelotazo a falta de diez minutos y acabó dando un pase al hueco a Bale que no hubiera firmado alguno de sus compañeros. El resto fue correr y cantar.
Bale definió abajo ante Juan Carlos, ganó la Liga del barrio y dejó al Madrid, gracias a la actualización automática de las clasificaciones de las webs, líder de la Liga española. El Madrid peleará hasta el final. Como el Rayo. Dos formas de entender la vida y el fútbol que se mezclaron durante 90 minutos y nos dejaron un cóctel delicioso.
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