El Barça solventó el primer match ball con la eficacia que lució hasta entrar en su crisis de fe. Riazor resultó el estadio perfecto para recuperar autoestima, porque el Dépor, sin objetivos claros más allá de molestar en la disputa por el título, se desplomó tras el 0-2 y recibió una paliza sonrojante. Suárez aplastó a los coruñeses, Messi firmó su gol 500 y el líder trasladó la presión a los perseguidores, anunciando que no está dispuesto a dar más facilidades.
Fueron los latigazos de Suárez los que despejaron el camino antes del descanso. Derribó a Sidnei antes de que mirase el árbitro y embocó sin oposición el primero, remachando a dos metros un córner lanzado por Rakitic. En el minuto 11, el Barça estaba en ventaja con facilidad aparente, a pesar de que no necesitó mover la pelota a gran velocidad. Se especuló con que el Dépor devolvería el favor del pasado año, cuando conquistó la permanencia en el Camp Nou. Desde luego, no fue el Dépor del derbi gallego. Ni intensidad ni emoción.
El momento azulgrana se hizo carne justo antes del segundo de Suárez. Dos llegadas coruñesas mal defendidas dejaron a Borges dos goles cantados, mano a mano con Bravo. Esta vez el portero azulgrana, criticado en las últimas semanas, respondió con instinto a los dos remates a quemarropa del costarricense. Alves se despistó en el primero y Mascherano en el segundo, y fue un milagro que el Dépor no empatara.
La efervescencia de Riazor acabó poco después, con la segunda diana de Lucho. El uruguayo, quemado tras no rematar ni una sola vez entre los tres palos ante el Valencia, descargó toda su munición en La Coruña hasta completar el póker. Pero la diana decisiva fue el 0-2, al coronar un estupendo pase de Messi de primeras con la diestra y allí acabó el partido. El Dépor, sin respuesta, con el orgullo de Laure, Mosquera y Lucas como únicos salvavidas, se fue hundiendo poquito a poco.
El protagonismo de Suárez fue absoluto. Otra vez Lucho acudió en auxilio de Lucho, el entrenador, nervioso hasta comprobar la exhibición de los suyos y la rendición de los contrarios. Luis Enrique hizo cambios esta vez, pero no todos los que hubiera querido. Se acercó a charlar con Suárez, pero éste no le aceptó la propuesta. Así que los sustituidos fueron Iniesta, muy aplaudido, Busquets y Alba. Ni siquiera se retiró Neymar, que tuvo que esperar al desorden local para apuntarse un tanto.
Messi, muy activo en la creación, sincronizó bien con Suárez para engordar la goleada. En una tarde plácida relanzó su candidatura para alcanzar la Bota de Oro y el Pichichi. Pero pocas dianas tuvieron tanto valor simbólico como el de Bartra. Bien construido, además. Robando en una salida del Dépor, buscando el pasillo entre el central y el lateral, luciendo zancada ante Sidnei y batiendo cruzado a Manu. Además de hacer su trabajo defensivo, negando el empate a Borges, se permitió firmar un gol reinvindicativo, después de muchos partidos relegado por el técnico. Cuando se le necesitó, cumplió con creces.
La grada asumió la fatalidad de la escandalosa goleada con resignación, como algo natural. Pocos reproches, pocos pitos pese a la flojísima actuación de un equipo corto de carácter, a pesar de la salvación. Medicina perfecta para el líder, consciente de que era el día para cambiar el rumbo. Ni Piqué, en el palco, esperaba que fuera tan fácil superar la primera final. Quedan cuatro.
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