Messi no distingue escenarios. Le da lo mismo un coliseo de 90.000 espectadores que el estadio más pequeño de la Liga. Leo conquistó cada metro cuadrado de Ipurua recorriéndolo con la pelota pegada al pie y la frente alta para tirar el pase, iniciar el slalom, armar el juego o recuperar balones. Un líder insaciable para un Barça demoledor.
El protagonismo del 10 fue absoluto desde el arranque, cuando templó junto a la cal, esperó a la arrancada de Suárez y colocó la bola en el hueco entre central y lateral, el más sensible para cualquier defensa. Controló Lucho, sirvió a Munir y el Barça puso el partido a favor en el minuto 7.
Habituado a entrar tarde en los partidos, especialmente a domicilio, el fulgurante arranque del Barça reveló las dificultades que preveía Luis Enrique en Eibar. Pudo decidir claramente en la primera media hora, pero perdonaron Suárez y Munir, y el equipo de Mendilibar se quitó los complejos en el tramo final del primer acto. Rozó el empate con un cabezazo de Ramis y un tiro cercano cruzado de Escalante.
Al borde del descanso, con Ipurua lanzando a los suyos hacia Bravo, un error de Capa en el pase a 50 metros de su portería fue bastante para armar el lío. Recogió Munir, que cedió a Messi y se acabó. Encaró a Pantic en diagonal, le quebró, se midió con Capa y cruzó a la red aprovechando el contrapié de Riesgo.
El penalti no fue el único error del colegiado, que perdonó la roja a Mascherano. Buscó la amonestación para cumplir ciclo y regaló un entradón a Enrich. Fue el prólogo a otro golazo, el de Suárez, que construyó un túnel en un metro bajo las piernas de Escalante y resolvió con un violento tiro cruzado.
El fin del atasco goleador del uruguayo cerró un partido redondo del Barça, que parece indestructible. Lo demuestra Messi, que entiende que hay tanta gloria en Ipurua como en el Emirates o en Stanford Bridge. Mal asunto para los rivales.
El Barcelona regresa al campo el próximo sábado frente al Getafe en el camp nou
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